Para nadie es novedad que atravesamos la peor crisis climática de todos los tiempos: Europa acaba de vivir el verano más caliente de su historia, el descongelamiento de los glaciares supera las predicciones; en África, Asia y Oceanía experimentaron temperaturas inferiores a la media; según la ONU, el 99% de la población mundial respira un aire que no cumple las normas sanitarias, lo que repercute en afecciones cardiovasculares y respiratorias; la Organización Meteorológica Mundial (OMM) afirma que hay un 93 % de probabilidades de que el periodo comprendido entre 2022 y 2026 se convierta en el más caliente jamás registrado. ¿La causa? El ser humano, por lo que técnicamente podría tratarse de un suicidio colectivo sin precedentes.

Hasta la fecha de publicación de este artículo, según los datos referidos por el Sistema de información y Monitoreo de Bosques (SIMB), en Bolivia se registran 3610 focos de calor y se han consumido más de 300 mil hectáreas por incendios forestales en 2022. Según las autoridades, estos focos de calor tienen y tendrán una incidencia lamentable sobre las temperaturas de los próximos meses.

En pasados días, la doctora María Neira, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), señaló que las olas de calor suponen un desafío para el cuerpo humano, ya que cuando la temperatura llega a 41 grados (como está sucediendo ahora), el organismo genera fatiga, golpes de calor, hipertensión, hipertermia y un cambio de comportamiento, agravado por la falta de descanso nocturno, que afecta incluso la salud mental.  

Todo está conectado. La guerra entre Rusa y Ucrania desató una crisis energética comprometiendo la estabilidad de varios países que han decidido recurrir al carbón como fuente de combustión (el más peligroso para el clima).

Los expertos mundiales, afirman que las olas de calor continuarán hasta 2060, independientemente de si logramos mitigar el cambio climático. Los científicos exponen con claridad que el futuro del clima mundial se decidirá por la acción que tomemos en los próximos 10 años. Si el ser humano no consigue vencer la dependencia a los combustibles fósiles como el gas, el carbón o el petróleo en la próxima década, quizá estemos ante un suicidio colectivo.

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